¡Tu carrito está actualmente vacío!
Transición a Canas (I)
Faltan solo unos días para que se cumplan tres años desde que pusiera tinte por última vez en mi cabello, a mis entonces 48 años, e iniciara mi camino de transición a las canas. Un proceso que di por terminado al año siguiente, cuando dejé de tener cabello teñido en mi cabeza, pero la verdadera realidad es que aún continúa porque, desde mi punto de vista, este proceso es un viaje de aprendizaje en el tiempo.
Tengo documentada, en fotos y vídeos, toda mi transición y con el objetivo de ayudar a las mujeres que estáis pensando en dejar el tinte o que ya estáis en ello, en una serie de entradas, que empiezan hoy, voy a enseñaros estas fotos y a contaros, espero que en orden cronológico, cómo fue la decisión que me llevó a dar el paso, cómo lo viví, lo que aprendí y lo que surja por el camino.
Transformation Tuesday
Esta soy yo, con canas y sin maquillaje, en abril de 2024:
Y esta era yo, con el pelo teñido y algo de maquillaje, en abril de 2021:
Pensando en dejar el tinte
En abril de 2021 no tomé una decisión impulsiva. Por el contrario, llevaba años pensando en dejar de teñirme e incluso lo había llevado a cabo una primera vez, durante un periodo de algo más de dos años, 15 años atrás.
¿Por qué quería liberar mi pelo gris? Porque me gusta mi pelo natural, porque teñirme cada pocas semanas había dañado mi cabello, porque no me gusta pasar tiempo en la peluquería (en ninguna de ellas), porque el tinte me causaba picores intensos, porque teñirte cuando tienes canas es una batalla que se pierde a los diez días de hacerlo (cuando empieza a asomar la temida raya blanca) y porque no quería seguir, y punto.
Mi primera transición a canas
Cuando dejé de teñirme la primera vez, a los 30 años, no tenía todavía un porcentaje alto de canas y el tono de tinte que llevaba, en el momento en que lo hice, era igual a mi color natural.
Diez años atrás, había empezado a experimentar con distintos colores de pelo, solo por el gusto de verme cambiada, y había tenido tiempo a lo largo de ese periodo de probar casi todos los números de tinte del momento, exceptuando los correspondientes a los colores fantasía. Me había divertido, pero también había «sufrido». Recuerdo un tinte rubio de droguería que me puse, que terminó oxidándose a ese amarillo pollo tan característico de algunos tintes de supermercado. No hay, por fortuna, documentación gráfica de aquel desastre capilar para que podáis darme vuestra opinión, pero yo creo que fue el peor momento capilar de mi vida, incluyendo el pelo tricolor de mi última transición a canas.
Es decir, por un lado, en la treintena ya sentía que había tenido suficiente con la coloración capilar y, por otro, me vi obligada por las nauseas de mi embarazo, pero yo creo que este segundo motivo fue simplemente la excusa perfecta para dar el paso.
Aquella primera vez fue una transición a canas relativamente «fácil». Casi no la noté porque en aquella época no tenía mucho tiempo para mirarme al espejo y porque tan solo empezaba a asomar un pequeño mechoncito blanco en uno de los laterales de mi frente. Cuando lo pienso ahora, es que había que mirar mucho para notarlo. Obviamente, había quien sí lo hacía y creía conveniente opinar sobre lo que debía hacer yo ese con escaso grupo de canas. Los comentarios no solicitados, ya sabéis.
«Te vas a ver mayor», «Eres muy joven para dejar de teñirte», «Si no te quieres teñir, al menos, hazte mechas».
Y me hice mechas.
No sé si porque me creí lo que me estaban diciendo o, simplemente, porque quería que me dejaran en paz, pero acabé en la peluquería con un gorro de plástico en la cabeza. Si os habéis hecho mechas alguna vez, sabéis a lo que me refiero.
El resultado de aquella sesión de peluquería vamos a decir que no fue de mi agrado. La decoloración de las mechas eliminó parte de mis rizos y me quedó una melena medio lisa, medio rizada. Me salió bastante frizz y a las pocas semanas tenía raya de crecimiento, ya que no solo me hicieron mechas sino que también me tiñeron el resto del cabello, a pesar de que pedí expresamente que no lo hicieran.
Perdonad la calidad de la foto, pero creo que es importante aportar un documento gráfico de aquello:
La diferencia de color entre el cabello que iba naciendo nuevo y el resto de la melena teñida, que se iba aclarando y anaranjando con los lavados (los tintes siempre evolucionan en mi pelo hacia el naranja), me llevó a volver al tinte.
Había renunciado a los tintes de droguería porque no era capaz de aplicarlos yo sola. Y cada tres, cuatro, cinco semanas, tenía que visitar la peluquería a «disfrutar» de una sesión de coloración. Muchas me entenderéis, otras quizás no, pero que te pongan un producto químico en la cabeza que pica a rabiar, tener que esperar así, al menos, media hora y que encima el ratito te cueste una cierta cantidad de dinero, pues deseable no es.
Con la vuelta al tinte a mis 33 cerramos esta primera entrada.
Nos leemos en la siguiente.
por
Etiquetas: